lunes, 19 de septiembre de 2011

¿PUEDEN SER SOCIALMENTE RESPONSABLES CIERTOS SECTORES O INDUSTRIAS?


Aerodrómo de Cuito Cuanavale (Angola, 2001).
En primer término un MIG soviético derribado
y acribillado a balazos. Allí murieron hombres
con armas fabricadas por otros hombres
(c) Fernando Navarro.
 A medida que la RSC va implantándose en el acervo organizacional colectivo, son más y más los sectores que se unen al carro de lo “socialmente responsable”. Nada que objetar a este “mimetismo empresarial” tan propio del sector español y, en gran media, causa del desarrollo empresarial valenciano durante años (el caso del “cluster” cerámico castellonense llegó a ser estudiado hasta por Porter). Vaya por delante que considero el “mimetismo” como algo muy bueno y así lo he escrito en otras ocasiones. ¿Qué son las llamadas “buenas prácticas” las “lecciones aprendidas” o el “benchmarking” sino fórmulas para aprender de los mejores? Si entre nuestras organizaciones se ha conseguido implantar la idea de que la RSC es una buena práctica que merece la pena ser imitada, ese mimetismo estará teniendo un impacto muy positivo en la moralización de las organizaciones. Parafraseando a Adela Cortina, la emulación estará recargando las “reservas morales” de nuestras organizaciones. Sin embargo, en ocasiones llaman la atención ciertos premios y reconocimientos a la RSC de sectores o empresas cuya reputación, cuanto menos, es muy cuestionada.

Ética deriva etimológicamente de carácter o modo de ser y el carácter se adquiere – se forja- mediante la repetición de buenos hábitos (o virtudes en filosofía moral). Una de las funciones de la ética es ayudar a tomar decisiones prudentes y esas decisiones se toman partiendo de unas referencias, de unas pautas éticas, de unas metas. Se aprende también de los errores propios y de las virtudes ajenas (de nuevo el mimetismo). Pero cuando hablamos de metas hay que tener presente que el fin último es – o debería ser- el respeto a los Derechos Humanos, aunque el paradigma de la RSC afina un poco más incorporando los derechos medioambientales y los derechos sociolaborales (básicamente el respeto a las convenciones OIT).

Y es, precisamente, en este aspecto de fondo (¿que metas y fines?) y no en el meramente formal (contar con una memoria GRI verificada A+) en donde me planteo el siguiente dilema moral: ¿Puede ser un fabricante de armas socialmente responsable? ¿Es socialmente responsable una empresa cuyos productos perjudican a la salud?

La respuesta podría parecer sencilla, pero desde el punto de vista de una valoración moral creo que merece una reflexión meditada y prudente.

Lo más sencillo, lo mas “instintivo”, sería cortar por lo sano y excluir a ciertos sectores con muy mala reputación. Muchos fondos éticos (más que los solidarios) excluyen a sectores tales como el armamentístico, los fabricantes de PVC, las empresas que deforesten, los juegos de azar o hasta la industria pornográfica, por poner solo unos ejemplos. En algunos casos, la exclusión es algo más ponderada y se exige para ser asimilado a alguno de esos sectores “prohibidos” un porcentaje mínimo de la línea de negocio o de los beneficios, pues hay empresas que desarrollan diversas actividades y la prohibida supone en realidad una parte mínima de sus ingresos (por ejemplo, algunos fondos, establecen que para ser considerada empresa armamentística la venta de armas debería representar como mínimo el 15% del volumen total de la empresa). Otro ejemplo: el código de conducta sectorial de la Coordinadora Española de ONG (CONGDE), bastante proclive al dialogo y cooperación con todos sus grupos de interés (empresas incluidas), excluye taxativamente a las “empresas armamentísticas y a las que perjudiquen gravemente a la salud” (focalizándose en el tabaco y el alcohol destilado). Dicho de otro modo; ninguna ONG española asociada a la CONGDE podrá –por pura coherencia ética- aceptar fondos u otro tipo de colaboración provenientes de esos sectores.

Sin embargo, está exclusión in totum no deja de tener sus inconvenientes:

El primero que se me ocurre es que podría estar impidiéndose “mejorar” a ciertas organizaciones que tratan de implantar paulatinamente políticas de RSC (que entre otras cosas incluyen la promoción de los Derechos Humanos). Si se las recluye en una suerte de purgatorio desde el que pueden ver las dichas del paraiso de la RSC pero no se las admite al banquete, podría tener un efecto doblemente negativo: no solo su fin seguirá siendo cuestionable (la fabricación de armas, por seguir con el ejemplo) sino que los medios para producirlas podrían ser también viciosos (discriminación laboral, trabajos forzados en “zonas francas laborales”, contaminación, …). Al fin y al cabo ¿Qué les importa si ya están excluidas del “club de los responsables”? En este sentido – y como reacción- se crearon en Estados Unidos (y otros países) unos descarados fondos socialmente irresponsables (“unethical funds” o “vice funds[1]”), precisamente para aglutinar a todos aquellos sectores que se veían sistemáticamente excluidos por ciertos inversores.

Pero, además, cuestiono también que todas las empresas de un mismo sector sean iguales. Dudo de la responsabilidad de etiquetarlos apriorísticamente (pre-juicio) con el sambenito de “irresponsables” por fabricar ciertos productos o prestar ciertos servicios, sin analizar con mayor profundidad sus metas. Es cierto que, de entrada, el producto imprime un cierto carácter, pero creo que una valoración moral justa debería profundizar más. Volvamos al sector armamentístico, por ser casi el paradigma del horror ético.

Imaginemos dos fabricantes de armas: uno de ellos solo vende a estados democráticos y excluye expresamente el comercio con dictaduras, estados frágiles o zonas conflictivas. El otro vende a cualquiera que le compre. ¿Son éticamente iguales ambas empresas, más allá del hecho común de fabricar armas? Personalmente no creo que merezcan el mismo juicio moral. La primera empresa, esta imponiéndose unos límites fundados en razones éticas (venta a países que respeten los Derechos Humanos) y en ese sentido está tratando de responder a sus stakeholder. La segunda empresa no lo hace. No parece que le preocupe demasiado si esas armas serán empleadas para violar los Derechos Humanos o para defenderlos.

Por otra parte, el otro punto de vista también parece razonable (por eso se trata de un dilema). ¿Cómo va a ser responsable una empresa que perjudica a la salud o que es colaborador necesario en la muerte o mutilación de un ser humano o miles de ellos? Si los fines no fueran importantes y bastara solo con aplicar ciertas buenas prácticas laborales o medioambientales entonces algún grupo neonazi podría llegar a afirmar que el nazismo fue “socialmente responsable” porque sus políticas sociolaborales y medioambientales fueron muy innovadoras y mejoraron sustancialmente las condiciones de vida del trabajador alemán de los años treinta[2] (ojo, esto no es una reducción al absurdo para sostener esta argumentación y llegó a ser defendida hace unos años por el ya fallecido presidente austriaco Jörg Haider). Y, sin embargo, nadie duda hoy en día que el nazismo fue una aberración moral sin parangón en la historia de la humanidad porque sus fines estaban claramente viciados. Unas pinceladas de RSC no cambian un corazón podrido. Fue tanto el horror generado por el totalitarismo nazi que al acabar la Segunda Guerra Mundial los líderes políticos se vieron impelidos a firmar la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Pero esto, como hubiera escrito Kipling, ya es otra historia ...

He terminado el artículo y sigo con mi dilema sin resolver. Lo hermoso de la ética es que no nos ofrece respuestas sencillas y nos obliga a cuestionar continuamente nuestros aprioris.

Nota: versión de artículo publicado en COMUNIDAD ETNOR

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[1] Un ejemplo de estos “fondos del vicio” lo podemos encontrar en http://www.usamutuals.com/vicefund/phil.aspx o en http://news.bbc.co.uk/2/hi/business/3182365.stm

[2] Aunque fuera a costa de vulnerar salvajemente la dignidad y los derechos de una gran parte de alemanes (judios, comunistas, homosexuales, gitanos o cualquiera no afecto al régimen)

martes, 13 de septiembre de 2011

LA SONRISA DE VICENTE. UN RECUERDO PERSONAL EN LA MUERTE DE VICENTE RUIZ MONRABAL

Ayer 8 de septiembre de 2011 falleció Vicente Ruiz Monrabal, y como durante toda su vida -incluida la política- supo manter su coherencia ética, quiero recordarle en este foro. Responsabilidad era algo que no le faltaba. Vitalidad, optimismo y humanismo tampoco.

Escribo desde mis 47 años pero los recuerdos que se agolpan en mi mente son los de un niño de siete u ocho años que estudiaba en Sedaví. Un zagal flaco, algo despeinado y con unos pantalones muy cortos que en 1971 correteaba por el patio del colegio público Fernando Baixauli de Sedaví. Mi madre era maestra de cien párvulos en ese colegio (¡cien, que se dice pronto!), uno de los cuales era el hijo mayor de Vicente. Y ya que hablamos de colegios, un rasgo característico de Ruiz Monrabal es que, a pesar de ser un hombre profundamente creyente, siempre se empecinó para que sus hijos estudiasen en la escuela pública, aunque –como fue el caso- ello le supusiera una masificación hoy impensable y el hecho de que su hijo (como muchos otros) tuviese que asistir a clase llevando su propia sillita. No hace tantos años, pero era otra España. La amistad de Vicente y mi madre, se forjó en esa época y en aquel colegio pues no hay que olvidar que los vínculos entre un maestro vocacional y un padre responsable son muy estrechos y perduran con el tiempo…

Sigo recordando. 1971. Sedaví. Pongamos que ha terminado la “chocolatá” en el polideportivo contiguo a la escuela. Mi maestra, que también era mi madre, le cuenta a Vicente como ha pasado el día su pequeño hijo y allí, cogido a la mano de mi madre, entre olor a churros, a chocolate caliente y al serrín de las fábricas próximas puedo ver nítidamente la sonrisa de Vicente. A mí, en aquella época, me parecía un hombre imponente. Entonces era de complexión recia, de mirada clara, afable e inteligente y físicamente – ahora que repaso viejas fotos- lo encuentro muy parecido al genial actor Brian Dennehy.

Vicente Ruiz Monrabal fue siempre muy querido en mi casa. La vinculación de mi madre a Sedaví en esa época hizo que durante muchos años Ruiz Monrabal fuera casi parte de la familia. Vicente sintonizó muy bien con el carácter abierto y vitalista de mi madre, con quien mantuvo amistad toda su vida. Nunca, ni siquiera en su etapa política más ajetreada, dejó de perder el contacto con sus viejos amigos. El poder no le distancio de sus amistades, ni de su amado pueblo. Siempre fue un apasionado de Sedaví. Otro factor que da la talla moral de Vicente: fidelidad a su familia, amigos y raices.

En lo personal era muy fácil quererlo y en sus diferentes facetas profesionales era imposible no admirarlo y respetarlo. Recuerdo haber seguido -siendo yo todavía casi un niño- su trayectoria política primero en UDPV y más tarde en la UCD. Los niños de entonces, que habíamos nacido en la dictadura, seguíamos con sumo interés los primeros avatares políticos. En ese sentido Vicente Ruiz Monrabal nos enseño –sin saberlo- a aquellos impúberes de entonces unas maneras políticas de tolerancia, mesura y dialogo que ya quisieran muchos políticos de hoy. Bien es cierto que aquel “ethós” o modo de ser no fue exclusivamente suyo –todos añoramos ciertas grandes figuras de la transición- pero no hay duda de que su bagaje de demócrata cristiano impregnó siempre su conducta de humanismo, cultura y coherencia ética. Hay que recordar aquellos turbulentos tiempos para darse cuenta de que mantener la calma y las formas no era tan sencillo.

Ocupó un escaño de la UCD en el Congreso de los Diputados por Valencia entre 1979 y 1982 y vivió desde el parlamento el fallido golpe de estado de Tejero (a punto estuvo de vivirlo también mi madre, a quien Vicente había invitado a asistir a la investidura de Calvo Sotelo). En 1982 se retiró de la vida política para dedicarse de lleno al ejercicio de la abogacía, la escritura y la música. Salió de la política algo desengañado, pero su extremo vitalismo enseguida le centró en otras actividades igualmente nobles y hermosas: la historia valenciana y las crónicas de Sedaví, su amado pueblo natal; la música… Vicente no podía estarse quieto.

No voy a escribir más sobre su faceta pública, pues estos días los medios de comunicación autonómicos y nacionales están recordándola con justo y merecido cariño. Quiero sin embargo terminar rememorando su faceta humana como amante de sus hijos y de su familia. Un día de octubre de 1978 lloró la prematura muerte de su primera esposa con la misma amargura que hoy lo están llorando Fina (con quien se casó tras años de viudedad), sus hijos Vicente y Amparo, sus parientes y sus numerosos y buenos amigos.

Con Vicente Ruiz Monrabal desaparece no solo un padre, un esposo o un amigo, sino también un hombre bueno, una persona culta y una sonrisa sincera en un mundo que cada día está más falto de todo ello. Un orgullo para Valencia y un privilegio haberle conocido. Somos muchos los que no le olvidaremos y vislumbraremos su sonrisa cada vez que hagamos o intentemos hacer el bien. Descanse en paz Vicente Ruiz Monrabal.

Otras versiones de este artículo han sido publicadas en el blog del diario valenciano LAS PROVINCIAS y en el blog de la FUNDACIÓN ETNOR PARA EL ÉTICA EN LAS ORGANIZACIONES.