viernes, 20 de septiembre de 2013

El Papa Francisco I



Solo por ser un Papa jesuita ya me gustó y eso que yo estudie con los escolapios. No sé que tienen los Jesuitas que siempre me han caído bien. Quizás ese punto entre erudito, astuto y rebelde (a pesar de su famoso 4º voto de obediencia al Papa y de su fama de "Espías de Dios"). No conozco muchas órdenes que hayan sido expulsadas tantas veces de un país tan "cristianísimo" como España. Además, un Papa jesuita que provenga de Iberoamérica se asocia inevitablemente a ese icono cinematográfico que es "La Misión"

Acabo de leer integra en "Religión en libertad" la entrevista que le hicieron al Papa en su avión de regreso de Brasil y la verdad es que no tiene desperdicio. Su claridad, acostumbrado a unos líderes mundiales enfangados en el eufemismo y la cháchara vacua, transmite una legitimidad y honestidad que intuyo va a ganar millones de fieles y por ende a revitalizar a un anquilosado catolicismo. 

En concreto resulta "revolucionario" su posicionamiento con respecto a los divorciados, los gays o el rol de la mujer en la iglesia (aunque en este extremo deja claro que Juan Pablo II  "cerró la puerta"). Sin duda, hay quien le exigirá que sea aún más claro y radical pero a un Papa católico no puede exigírsele que hable como un lama (de esos que gustan a la gente guapa de Hollywood porque sus túnicas hacen juego con sus Cadillac), un inspector de igualdad de género o un guerrillero de los de boina con estrella.

Sus respuestas a los periodistas subrayan algo tan cristiano como la compasión, la caridad, el perdón y la libertad de la persona (ese "¿quién soy yo para juzgar a...?" llega hasta a el alma de un agnóstico como yo) e intuyo que esa actitud va a ganar los corazones no solo de millones de personas que viven en la más terrible pobreza (el grupo mas fácilmente accesible a la fe), sino también de otras muchas que estando lejos de ser pobres pero sabiéndose pecadoras no encontraron la forma de regresar a la casa del Padre pues después de los bellos sermones, las jerarquías llenaban su camino de obstáculos insalvables, de anacronismos insultantes y de la ponzoña hipócrita que o bien mata la fe o subyuga la inteligencia.

El Papa Francisco I parece querer volver a la esencia simple y sencilla del cristianismo primitivo (espero que omitiendo las terribles broncas entre los primeros padres y teólogos). Y ello sin aspavientos, poco a poco. Sin duda sabe que hoy ya no es posible el sermón en la montaña (que más bien era una colina), ni la liturgia en recónditas catacumbas, pero también sabe que la iglesia - su iglesia- llevaba demasiados siglos de espaldas a sus fieles; hablándoles en un lenguaje petrificado e incomprensible, sabe que no hay hombre sin mácula (incluido él; por eso insiste tanto en que "recemos por el") ni existe el pasado limpio y perfecto. 

Francisco I sabe que somos humanos y por lo tanto tan imperfectos como perfectibles y es en este punto donde más próximo lo veo a una ética laica iluminada por Dios: este Papa confía en nuestra capacidad de forjar nuestro carácter, de mejorar, de arrepentirnos sin necesidad de "codigazos" o excomuniones, de crecer libremente como personas, de lograr una “vida buena” que dirían los clásicos. Intuye desde su fe, que si somos capaces de aprender a amar la virtud y evitar el vicio también es posible que un día regresemos al hogar paterno del que – quien sabe- aún puede que guardemos su llave en algún lugar del corazón.