Solo por ser un Papa
jesuita ya me gustó y eso que yo estudie con los escolapios. No sé que tienen
los Jesuitas que siempre me han caído bien. Quizás ese punto entre erudito,
astuto y rebelde (a pesar de su famoso 4º voto de obediencia al Papa y de su
fama de "Espías de Dios"). No conozco muchas órdenes que hayan sido
expulsadas tantas veces de un país tan "cristianísimo" como España.
Además, un Papa jesuita que provenga de Iberoamérica se asocia inevitablemente
a ese icono cinematográfico que es "La Misión"
Acabo de leer integra en
"Religión en libertad" la
entrevista que le hicieron al Papa en su avión de regreso de Brasil y la verdad
es que no tiene desperdicio. Su claridad, acostumbrado a unos líderes mundiales
enfangados en el eufemismo y la cháchara vacua, transmite una legitimidad y
honestidad que intuyo va a ganar millones de fieles y por ende a revitalizar a
un anquilosado catolicismo.
En concreto resulta
"revolucionario" su posicionamiento con respecto a los divorciados,
los gays o el rol de la mujer en la iglesia (aunque en este extremo deja claro
que Juan Pablo II "cerró la
puerta"). Sin duda, hay quien le exigirá que sea aún más claro y radical
pero a un Papa católico no puede exigírsele que hable como un lama (de esos que gustan a la gente
guapa de Hollywood porque sus túnicas hacen juego con sus Cadillac),
un inspector de igualdad de género o un guerrillero de los de boina con
estrella.
Sus respuestas a los
periodistas subrayan algo tan cristiano como la compasión, la caridad, el
perdón y la libertad de la persona (ese "¿quién soy yo para juzgar a...?" llega hasta a el alma de un
agnóstico como yo) e intuyo que esa actitud va a ganar los corazones no solo de
millones de personas que viven en la más terrible pobreza (el grupo mas
fácilmente accesible a la fe), sino también de otras muchas que estando lejos
de ser pobres pero sabiéndose pecadoras no encontraron la forma de regresar a
la casa del Padre pues después de los bellos sermones, las jerarquías llenaban su
camino de obstáculos insalvables, de anacronismos insultantes y de la ponzoña hipócrita
que o bien mata la fe o subyuga la inteligencia.
El Papa Francisco I
parece querer volver a la esencia simple y sencilla del cristianismo primitivo
(espero que omitiendo las terribles broncas entre los primeros padres y
teólogos). Y ello sin aspavientos, poco a poco. Sin duda sabe que hoy ya no es
posible el sermón en la montaña (que más bien era una colina), ni la liturgia
en recónditas catacumbas, pero también sabe que la iglesia - su iglesia-
llevaba demasiados siglos de espaldas a sus fieles; hablándoles en un lenguaje
petrificado e incomprensible, sabe que no hay hombre sin mácula (incluido él; por
eso insiste tanto en que "recemos
por el") ni existe el pasado limpio y perfecto.
Francisco I sabe que somos humanos
y por lo tanto tan imperfectos como perfectibles y es en este punto donde más
próximo lo veo a una ética laica iluminada por Dios: este Papa confía en
nuestra capacidad de forjar nuestro carácter, de mejorar, de arrepentirnos sin
necesidad de "codigazos" o excomuniones, de crecer libremente como
personas, de lograr una “vida buena” que dirían los clásicos. Intuye desde su
fe, que si somos capaces de aprender a amar la virtud y evitar el vicio también
es posible que un día regresemos al hogar paterno del que – quien sabe- aún
puede que guardemos su llave en algún lugar del corazón.