jueves, 12 de julio de 2012

LA VERDADERA HISTORIA DE LOS ENANITOS (MINEROS)



¡Atiende, oh lector, el cuento maravilloso que éste viejo bardo desea contarte ésta noche!

Érase una vez un pequeño pueblo de enanitos que sacaban piedras de escaso valor de una oscura y peligrosa mina en la que casi todos sus nobles abuelos habían muerto reventados y enfermos. Los enanitos insistían con inusitada obcecación en seguir trabajando en la mina, aunque este bardo no logra comprender las razones para ello, pues era un trabajo asqueroso en el que te arriesgabas a que Víctor Manuel te compusiera unas estrofas o que Pilar Bardem te besara con frenesí. Luego, además estaban el grisú y los desprendimientos; pero lo de Víctor Manuel o Pilar Bardem era sin duda lo más peligroso. Sin embargo los enanitos ¡erre que erre!  Nada –decían dignísimos los enanitos- nuestros abuelos murieron bien jodidos en la mina y nosotros queremos también morir de silicosis o, al menos, sepultados en las profundidades de la tierra.

Soy bardo – y bardo viejo- y he recorrido muchos países, pero no acierto a comprender esa insistencia suicida de los enanitos ¿Por qué no aceptaban dedicarse a pastorear vacas, a rehabilitar bosques, a danzar bajo la luna viejos bailes regionales o a montar pequeños colmados? Es cierto que la reina tradicionalmente les había comprado a precios altísimos las escasas y malas piedrecitas que de su mina extraían y acaso esa sea la razón por la cual los enanitos iban silbando a trabajar (algo que este bardo nunca entendió en la película de Walt Disney: ¿Están locos? ¿Cómo es que van silbando a trabajar?).

Poco tiempo después de que el reino fuera saqueado durante un tiempo por una tribu de orcos (y orcas) resentidos (y resentidas),  la reina -que además era una grandisima bruja y hasta tenía barba- dejo de pagar a los enanitos, pues el país había quedado arrasado y envilecido tras una época oscura. Lo cierto es que la reina tampoco pagaba a sus pajes, lacayos, mariscales (que tenían instrucciones de amedrentar a los forajidos y salteadores no con la espada sino con la única fuerza de bellas melodías de cítara), ni alimentaba a sus caballos, ni se preocupaba demasiado por las desventuras de sus súbditos, deslomados de sol a sol (mucho mas que los putos enanitos) para poder pagar los altísimos tributos y las dichosas piedras extraídas de las carísimas minas.

Sin embargo - y a pesar del pataleo de los enanitos y del silencio de los súbditos que habían sido adormecidos con el polvo mágico del sueño televisivo- la reina bruja poseía tesoros con los que pagar a sus numerosísimos virreyes, gobernadores, intendentes, válidos, sastres y toda suerte de pícaros y truhanes que acudían a raudales al reino atraídos por la promesa de un rápido enriquecimiento. Los orcos (y las orcas) que durante años asolaron el reino, guardaban silencio en sus guaridas, restañando sus numerosas heridas y esperando la ocasión de volver a saquear el reino una vez reconstruido (los orcos y las orcas -aparte de ser feísimos- no saben hacer nada, razón por la cual están permanentemente indignados, rompen cosas, hieden y se alimentan exclusivamente con el sudor de otras frentes)

La reina -que solo escuchaba los consejos de aduladores, charlatanes y picaros- no se daba cuenta de que su reino -antaño grande, vital y luminoso- empezaba a parecer cada vez mas uno de esos lejanos países llenos de sombras y brumas eternas. Los pájaros dejaron de cantar, los valles se secaron, los bosques fueron incendiados, las playas aparecían enladrilladas (¿quien las desenladrillara?) y repletas de casinos y mientras eso sucedía millones de súbditos vagaban por las aldeas buscando protección en sus vecinos o en sus mayores. Ya no confiaban en sus príncipes y estaban prestos a apoyar a cualquier canalla que les prometiese el paraíso…

Ante esa dramática tesitura, que los enanitos refunfuñen (sobre todo el "Cascarrabias") demandando mantener los privilegios de otros tiempos es algo que "francamente querida Escarlata… ¡me importa un bledo!"