jueves, 27 de octubre de 2011

SI HEMOS ESTADO EN GUERRA, ETA DEBERÍA SER JUZGADA POR CRIMENES DE GUERRA ANTE LA CORTE PENAL INTERNACIONAL.

No soy de los que celebra estos días la mal llamada paz en el País Vasco, pues soy de los que piensa que no ninguna hay diferencia entre ETA y el partido nazi. Conviene recordar que el partido nazi tenia unas siglas: el NSDAP que, vertidas al español pueden ser traducidas como partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes. El “Nacional”, además, debe ser interpretado en su sentido estrictamente “Nacionalista” o “volkisch” (populista)
Dejando aparte el hecho -éticamente muy relevante- de que ninguna idea puede ser defendida mediante la violencia y el asesinato (y mucho menos en democracia, cuando existen los cauces legales para su defensa), creo que el mal llamado “proceso de paz” es un error gravísimo de fondo y forma por las siguientes razones:

Hitler y su etapa de "apariencia de legalidad"
antes de la toma del poder
1. La “apariencia de legalidades una táctica empleada por muchos tiranos para tomar el poder, cuando resulta imposible hacerlo por la fuerza de las armas. El nazismo y otras ideologías totalitarias (hoy en día, aparte de ETA, también el fundamentalismo islámico) suelen tomar el poder empleando una táctica que –cuando su interlocutor es lo suficientemente torpe o crédulo- suele funcionar muy bien. Se trata de conjugar violencia con la manipulación de instituciones democráticas, a las que se recurre instrumentalmente para acabar con ellas (una vez en el poder). Tras años de violencia callejera, el nazismo llegó a la Cancillería del Reich tras convencer a amplias capas de la sociedad y la política de que “aceptaban las reglas del juego democrático”. No tenían ninguna intención de hacerlo, por supuesto, pero el anhelo de poder –vista la imposibilidad de conquistarlo mediante las armas (el “Putsch de Munich”)- llevó a los nazis a un pragmatismo que podría parecer imposible en una ideología tan fanática como el nazismo o el fundamentalismo. Este ardid de “apariencia de legalidad” relajó peligrosamente al resto de partidos políticos democráticos que estaban deseando acabar con las guerrillas callejeras a cualquier costa. Confundieron sus deseos con la realidad y no prestaron atención a las señales. Pensaron que un grupo de asesinos fanáticos cuyo fin declarado era acabar con la democracia, respetarían sus instituciones una vez en el poder. No fue así, por supuesto.

2. El apaciguamiento no funciona con las ideologías totalitarias, pues suelen considerarlo una señal inequívoca de debilidad. Por ello estoy convencido de que toda la parafernalia del falso “proceso de paz” no supondrá el final de ETA. Como tampoco significó el final del nazismo aquel ignominioso “Pacto de Munich” mediante el cual el muy británico Chamberlain "apaciguaba" a Hitler entregándole los territorios no alemanes que exigía a cambio de ... paz. Hay una imagen del Primer Ministro Chamberlain famosa: acaba de salir de su avión tras haber firmado aquel pacto vergonzoso y suicida y agita en su mano, con expresión alborozada, el papel del acuerdo: "¡Paz por territorios, paz por territorios!. La paz a cualquier costa, incluida la dignidad. Era el 30 de septiembre 1938 y justo un año después (plazo casi exacto) empezó la Segunda Guerra Mundial pues la insaciabilidad de Hitler (nacionalista y socialista) no tenía límites. Nunca se sacian. Tendremos ocasión de comprobarlo una vez más.

3. La ideología totalitaria pervierte continuamente el lenguaje y se apoya en el para desvirtuar su verdadero sentido (del mismo modo que se apoya en las instituciones que odia para destruirlas). Victor Klemperer analizó perfectamente este fenómeno en su obra clásica “La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo”. Los nazis nunca hablaron de exterminar judíos sino de la “solución final”. Ni siquiera en las actas de la Conferencia de Wannsee, en la que se decidió el extermino de millones de judíos, aparece la palabra exterminio o muerte. Causa horror leer aquellas actas tan asépticas: “debemos erradicar los fundamentos biológicos del judaísmo…”. No hablan los nazis de asesinar en masa a millones de seres humanos, sino de “erradicar sus fundamentos biológicos”. No hablaban de eutanasia de enfermos mentales o deformes (según sus cánones) sino de “muerte por compasión". Todavía hoy los negacionistas del holocausto niegan la evidencia del genocidio sobre la base de su invisibilidad en el discurso público de Hitler. Los demócratas perdimos hace décadas la batalla del lenguaje cuando aceptamos llamar “comando” a una cuadrilla de asesinos, “ejecución” a un tiro en la nuca y “lucha armada” o “conflicto” al coche bomba. La culminación de esta perversión del lenguaje y de los hechos ha sido la ignominia histórica del llamado “Proceso de Paz”. ¿Dónde estaba el conflicto? Las Convenciones de Ginebra definen perfectamente lo que es un conflicto armado y distinguen – en esos casos- entre “combatientes” y “no combatientes” (entre los que se incluyen los soldados prisioneros y heridos y por supuesto, la población civil).

Veámos este punto con un poco más detalle. Sobre la base del Derecho Internacional Humanitario (DIH), se distinguen dos tipos de conflictos armados: los “internacionales” (entre un mínimo de dos Estados) y los “conflictos no internacionales”.

La definición de conflicto armado no internacional la encontramos en el artículo 3 común a los Convenios de Ginebra de 1949 que señala: “el conflicto armado debe surgir en el territorio de un estado (Alta Parte Contratante) y siempre que concurran las siguientes circunstancias (Protocolo II de la Convención de Ginebra):

a. El conflicto tiene lugar en el territorio de un solo Estado

b. Hay oposición o combate entre las fuerzas armadas de este Estado contra fuerzas armadas o grupos armados que no reconocen su autoridad

c. Esas fuerzas y grupos armados deben estar bajo el mando de una autoridad responsable

d. Deben ejercer un “dominio o control sobre una parte del territorio de dicho Estado, que les permita realizar operaciones militares sostenidas y concertadas”. Esta circunstancia de “control territorial” es la que permite afirmar sobre la base del Derecho Internacional Humanitario que los crímenes de la organización terrorista ETA no son “actos de guerra” (como pretende la organización terrorista y algunas entidades afines), sino simples delitos de terrorismo. ETA nunca ha “ejercido un dominio o control sobre una parte del territorio de dicho Estado” (en este caso, España)

Por estar razón tan obvia ETA nunca había conseguido –hasta la fecha- que sus crímenes fuesen considerados como acciones de guerra de una “parte combatiente” frente a otra. No había conflicto armado y por lo tanto no podía haber combatientes enfrentados. Solo había una despreciable minoría que se dedicaba a asesinar selectivamente a sus victimas que, insisto, no combatían en ninguna guerra.

Pero el Derecho Internacional Humanitario no termina ahí. Según las Convenciones de Ginebra en este tipo de conflictos no internacionales (guerras civiles) las partes en conflicto tienen prohibido, en cualquier tiempo y lugar, las siguientes acciones:

a) Los atentados contra la vida y la integridad corporal, especialmente el homicidio en todas sus formas, las mutilaciones, los tratos crueles, la tortura y los suplicios;

b) La toma de rehenes

c) Los atentados contra la dignidad personal, especialmente los tratos humillantes y degradantes;

d) Las condenas dictadas y las ejecuciones sin previo juicio ante un tribunal legítimamente constituido, con garantías judiciales reconocidas como indispensables por los pueblos civilizados.

En consecuencia, si aplicáramos las Convenciones de Ginebra - en mi opinión- al mal llamado “conflicto vasco” (aceptando que la organización terrorista ETA es una parte en conflicto, algo que como hemos visto es imposible a tenor del Derecho Internacional Humanitario), se daría el caso de que los terroristas de ETA –al ser considerados “combatientes”- no deberían ser juzgados por delitos de terrorismo en la Audiencia Nacional sino por “crímenes de guerra” ante la Corte Penal Internacional, pues el secuestro, la tortura y el asesinato de no combatientes esta tipificado como “crimen de guerra” o incluso ”crimen de lesa humanidad” Delitos, por cierto, imprescriptible.

El torpe y suicida “proceso de paz” iniciado por Zapatero - en su ególatra anhelo por figurar en los libros de Historia como “el pacificador”- no hizo más que confirmar políticamente las tesis defendidas infructuosamente durante años por ETA. Fue un balón de oxigeno a sus reivindicaciones y una legitimación de su discurso. Y todo ello ha sido anunciado a pocos días de perder las elecciones en la que probablemente será la peor derrota en toda la historia del PSOE. A eso se le llama morir matando.

lunes, 10 de octubre de 2011

¿OTRA VEZ EL DEBATE ENTRE ÉTICA Y LEY?

Hace poco discutía unas noticias de la desalentadora actualidad con unos buenos amigos -muy activos en el ámbito de la RSC- y durante el vehemente parlamento resurgió la eterna disyuntiva entre ética y ley. A medida que avanzábamos en el debate vimos claro que esa diferenciación - a priori muy clara- muchas veces nos confundia y hasta llegaba a distorsionar la percepción de responsabilidad que teniamos de una determinada organización.

¿Ética o Ley? Si interpretáramos que es responsable cualquier organización que respete las leyes de un lugar y momento dado, creo que estaríamos reduciendo enormemente el ámbito y grandeza de la RSC. Por supuesto que lo primero que una organización debe hacer para ser calificada de “responsable” es respetar las leyes a las que está sujeta. Pero tiene que hacer algo más.

Sin embargo, las leyes muy a menudo son incompletas (en democracia el garantismo legislativo hace que su gestación sea lenta). Las leyes –por definición- son “legales” pero no siempre legítimas ni justas. En muchas ocasiones son terriblemente injustas: pensemos en las leyes raciales de Nuremberg, en ciertas aplicaciones de la Sharia o en la existencia de Guantánamo. Los abogados defensores de los acusados en Nuremberg, tras el horror del nazismo, se acogieron a la “legalidad” de sus actos al considerar que sus defendidos estaban amparados en leyes promulgadas por estado soberano como lo fue el III Reich desde 1933 a 1945. Legalmente no les faltaba razón. Moralmente estaban gravemente equivocados. Hubo, además, alemanes valientes y muchas veces heroicos que arriesgaron sus vidas para demostrar que no toda Alemania era igual y que un vicio moral no podía ser subsanado por una ley técnicamente impecable.

Por lo tanto, una organización que quiera acreditar su responsabilidad social no puede justificarla solamente en que cumple las leyes; si estas fueran claramente incompletas (por debajo de las expectativas de la ciudadanía). Del mismo modo, una empresa no puede ser responsable si aplica o respeta una ley claramente injusta (castigo de flagelación a trabajadores que hayan cometido errores amparada por la legislación de algún rico país del sudeste asiático) Se trataría de dos situaciones muy concretas en donde quedaría patente la superioridad de la RSC sobre la ley. La ley lo permite, pero la ética lo prohíbe.

La RSC, por lo tanto, debe ser motor de cambio, de progreso (escrito sin coloración política) y de mejora y debería servir de incentivo al legislativo y al ejecutivo (al menos en un estado democrático) para “ponerse las pilas” y mejorar sus leyes para situarlas a la “altura moral” de sus ciudadanos (que también son votantes). Por eso es tan importante una ética cívica – como lleva décadas insistiendo Adela Cortina- , que suponga que la ciudadanía premiara o castigara a aquellos gobernantes que sepan adecuar (o no) sus leyes a sus legitimas expectativas. Creo que era Chavigny (Escuela Histórica del Derecho) quien afirmaba que las leyes siempre están basadas en un sustrato moral, pues si no es así los ciudadanos castigan (con sus votos) a los gobernantes.

Naturalmente, para que la cosa funcione es necesaria una ciudadanía vital y responsable; una ciudadanía que no esté adormecida por ninguna variedad de opiáceos (Marx se quedó muy corto al limitarlo a la iglesia), ni des-moralizada por el triste espectáculo que a veces ofrecen nuestros gobernantes. Para que la RSC funcione de verdad es necesaria una ciudadanía –parafraseando a Fromm- sin miedo a la libertad.

Todo no es relativo, y en ese sentido creo que un vicio moral no puede ser “purificado” (subsanado) por la existencia de una ley que lo consagre. Hay cosas objetivamente malas; para empezar cualquier vulneración a los Derechos Humanos y desde la RSC debemos ser capaces de combatirlas constructivamente.
 
ARTÍCULO PUBLICADO EN COMUNIDAD ETNOR

viernes, 7 de octubre de 2011

EL VALOR MORAL DE LOS ABUELOS

La vida de cualquier persona afortunada debería estar rodeada de abuelos. La mía lo ha estado y quizás por eso y por otras tantas cosas me siento privilegiado.

Los primeros abuelos en mi vida, los que más han influido en mí y a los que más quise, fueron mis abuelos maternos. Para todos sus nietos fueron, siempre, los "abueltitos". Jamás les quitamos el diminutivo cariñoso. Como tantos otros abuelos de la generación nacida en la primera década del siglo XX aparentaban muchos mas años de los que tenían; pero es que su juventud y madurez no fue fácil y les toco vivir algunos de los peores momentos de nuestra historia. Sin embargo -y no me refiero ahora solo a mis abuelos- aquellas dificultades desgastaron sus cuerpos, pero forjaron su carácter.

Recuerdo que a mediados de los años setenta, siendo un adolescente, empezamos a veranear en Enguera y fue, precisamente aquí, en donde conocí a otros abuelos "de una pieza". Algunos de ellos no eran muy mayores hace treinta años, pero lo son hoy. Les he visto envejecer y he confirmado algo tan obvio como que quien es una buena persona de joven, generalmente envejece multiplicando y repartiendo su bondad. Otros fallecieron hace muchos años, pero siguen siendo recordados por quienes les conocimos. Pienso en el señor Bautista (Llacer), un trabajador del campo vitalista e incansable que nos enseño a recoger olivas y con ello - y al mismo tiempo- la dureza de su propia vida. Era Bautista un hombre enjuto y fibroso, fumador empedernido, conversador y con una sabiduría desacomplejada que le llevaba a ver al Papa en Roma sin renunciar a su militancia comunista. Hará más de treinta años que conocí también a Don Pedro, el ya entonces jubilado medico del pueblo. Era un hombre austero, muy delgado, impecablemente vestido, educado y cuya voz raramente se alzaba, excepto ante una injusticia. Su hermana, Doña Manolita era de la misma madera, dulce y agradable; buena gente. De entre los que hoy son ya mayores, pero a quienes conozco desde mucho antes que lo fueran, quiero aludir especialmente a nuestra querida Pepica y a su marido Miguel "el bleda". Ellos son casi de nuestra familia. No he conocido jamás a unas personas más generosas ni más trabajadoras. Hablar de la Pepa y de Miguel requeriría mucho mas espacio y puede que algún día lo haga... No quiero dejar de aludir a Aurelia, cuya elegancia y bondad queda reflejada en su mirada, a su marido Manolo Sarrión (sus impecables campos y flores han sido siempre la admiración de nuestra familia y hoy siguen tan perfectos como antaño), o a Luis Corques, cuyo poderoso físico podría engañar en cuanto a su edad (pero ya tiene nietos) o su siempre serena y sensata Carmen. Dejo para el final a Cristóbal, un ejemplo de superación sobrehumana tras la grave enfermedad que hace muchos le dejo prácticamente sin poder moverse y que ha logrado superar a fuerza de voluntad; era y es un hombre sensato, sensible y amante del saber... Me dejo en el tintero otros nombres de buenos amigos (entre otros aquel que me ha pedido este articulo) porque entiendo que aun les falta un poquito para llegar a esa edad que llamamos dorada.

Por todas esas personas y por lo mucho que me enseñaron, quiero hoy reivindicar la belleza del la palabra abuelo. No usare en este articulo otros sinónimos ("mayores", "tercera edad"), pues creo que el vocablo abuelo es hermoso en si mismo y no necesita de más abalorios.

El respeto a los ancianos ha sido históricamente un elemento esencial en las grandes culturas y civilizaciones clásicas (todavía hoy sigue siéndolo en Asia, en Hispanoamerica y en gran parte del mundo árabe). El prestigioso senado romano, deriva etimológicamente de "anciano" o "senecto". Se era senador porque se había vivido lo suficiente como para poder tomar decisiones de extrema gravedad para la República romana. Eso no podía hacerlo cualquiera y tan importante responsabilidad se encomendaba a los más ancianos, considerados por ello los más sabios: ellos eran los senadores. Hoy, sin embargo, Occidente esta cometiendo la torpeza suicida de marginar a los abuelos. Lo que cotiza es el valor juventud y vemos atónitos como desde la publicidad nos muestran abuelos con cuerpos impecables, dentaduras perfectas y flexibilidad más propia de karatekas o toreros que de personas que ya bregaron lo suyo cuando les toco. No quiero con estas palabras hacer apología de la decadencia física y negar a los ancianos el derecho (casi el deber) de mantenerse física y mentalmente activos. Lo que digo es que me parece absurdo querer ocultar la realidad del envejecimiento, como si el perder flexibilidad, vista, pelo o hasta memoria fuera una nota de infamia. Si hace años un famoso modista -Adolfo Domínguez- reivindico que "la arruga era bella", creo que ha llegado el momento de afirmar que la vejez también lo es. Sin necesidad de disfrazarla de otra cosa.

Pero he titulado este artículo “El valor moral de los abuelos”, así que voy a tratar de concretar algo más: ¿que valores aportan o podrían aportar –si les escucháramos- nuestros abuelos?

En primer lugar el valor de lo vivido y sufrido, de los errores y aciertos. De la experiencia, en suma. Los romanos veneraban las "costumbres de sus antepasados" ("mores maiorum", en latín) y aprender de ellas les hizo grandes.

Los abuelos son un pequeño fragmento de historia con voz. Difícilmente encontraremos lo que ellos nos cuentan en los libros: por eso conviene oírlos cuando aún tienen voz. Si no lo hacemos ahora, llegara el día en que nos arrepentiremos. Pero entonces será ya demasiado tarde. Cuantas veces no habré escuchado aquella queja tan común de "mi abuela contaba unas historias familiares maravillosas, pero yo ya no recuerdo casi nada!" Son los abuelos el albacea de los recuerdos familiares. Escuchemos sus historias y, si podemos, conservémoslas como oro en paño…

Los abuelos, por último, son un referente de cortesía y buena educación, una virtud desgraciadamente en peligro de extinción. Yo quiero que mis hijos aprendan modales con sus abuelos, pues son ellos los que conservan las buenas maneras de antaño. Es cierto que no todo lo pasado fue siempre mejor, pero los buenos hábitos aglutinan una esencia de valores que desde hace miles de años han permitido que las sociedades progresen. Nuestros abuelos conservan un gran catalogo de buenos modales que tendríamos que consultar mas a menudo. Afirma el filósofo francés Compte-Sponville en su "Pequeño Tratado de las Grandes Virtudes" que la urbanidad es la primera base de la ética, pues abona el terreno para otras decisiones morales de mayor calado. Por eso hay que inculcarla desde la infancia. Sin cortesía no es posible respetar al otro, base de la ética y de cualquier convivencia.

Quiero terminar este articulo evocando a mi abuelo, “el maestro de Huitar” (que así es como le llamaban). Cuando el año pasado publiqué mi último libro de historia escribí lo siguiente sobre él. Creo que refleja bien no solo lo que sentía y siento por mi abuelo, sino también la importancia de los abuelos en la educación de sus nietos: “Gracias a mi querido abuelo, el Maestro de Huitar, y a sus espléndidamente narradas historias empecé a amar la Historia. Era yo un niño cuando una noche me contaba la gesta de Leonidas y sus trescientos. No hacia más que desarrollar -y acaso adornar- la narración de Herodoto; sin embargo tuve la intuición al mirar sus ojos vidriosos, azules y ciegos que cuando mi abuelo contaba aquellas viejas historias estaba reconociendo en ellas fragmentos de su vida, tan salpicada de muerte, miseria y nobleza como la de cualquier español nacido con el siglo XX. “Caminante, ve y cuenta que los que aquí yacen murieron por defender las leyes de los lacedemonios”. Mi abuelo, el Maestro de Huitar, había vivido la guerra y sufrido la represión y, sin embargo, no guardaba resentimiento. Antes que republicano era maestro, y sabía por los libros leídos y los días sufridos que la historia nunca ha sido blanca o negra y que el maniqueísmo y la ceguera doctrinaria solo podía combatirse con valores humanos y que estos no eran patrimonio de unas siglas. Así educó a sus hijos y así ellos pudieron forjarnos a nosotros. Sean mis últimas líneas de agradecimiento para él, pues –como escribió Balzac en El Lirio del Valle- "hay personas a las que enterramos en la tierra, pero las hay especialmente queridas que tienen nuestro corazón como mortaja. Su recuerdo se mezcla cada día con nuestras palpitaciones; pensamos en ellas lo mismo que respiramos, están dentro de nosotros por una dulce ley de la transmigración de las almas propia del amor. Un alma mora en mi alma. Cuando a través de mi se hace un bien, cuando se pronuncia una palabra hermosa, esa alma habla, actúa. Todo lo bueno que hay en mi emana de esa sepultura, como emanan de un lirio los aromas que perfuman la atmosfera”

Mi abuelo paso muchísimos veranos en Enguera y lo recuerdo en La Casona jugando al ajedrez, comiendo ciruelas y paseando casi a ciegas por el campo mientras hablaba con nosotros. Su voz, potente y vibrante, es quizás el recuerdo que conservo mas vívido de él; lo que no es extraño pues su vida se baso en la palabra. Solíamos caminar juntos hasta el pueblo y mientras avanzábamos por el camino de San Anton iba contándome historias maravillosas. Me estaba educando, sin ser yo consciente de ello. Al llegar a la parte mas empinada de la cuesta, hacíamos un alto bajo el olivo al pie de la carretera. Tomaba aliento y respiraba profundamente el aire del campo al que amaba tanto…

Muchos años antes mi abuelo había recorrido otros caminos mucho más duros... “El Maestro de Huitar" acostumbraba a visitar a sus alumnos enfermos en sus casas y, para no faltar a sus clases, hacia aquellas visitas aprovechando las heladas madrugadas de la Almería de 1942 (“entre día y noche no hay pared”, solía repetir). No caminaba solo: iba acompañado por su hija (montada en una mula), una niñita pequeña y curiosa que desde entonces y por siempre lo veneró. Aquella niña se llamaba Lucia y es mi madre y además una estupenda abuela para mis hijos.

ARTÍCULO PUBLICADO EN EL Nº ESPECIAL DE LA REVISTA DEL ASILO DE ANCIANOS DE ENGUERA (125 ANIVERSARIO, VERANO DE 2011)