jueves, 24 de mayo de 2012

UN INSTANTE INFANTIL EN OLULA DEL RIO

Recuerdo un patio grande que en realidad no lo era tanto y unos techos altísimos que con los años encogieron y un suelo níveo de mármol y un río infranqueable que más bien era acequia y recuerdo unas sábanas tendidas, solitarias olas sinuosas en el desierto almeriense... Y sigue viva la parra fresca y generosa que envolvió aquel universo perdido de mi niñez.

Y no quiero olvidar y me esfuerzo en rebuscar las sensaciones de antaño, hoy que ya algo he vivido. Silencio, silencio... Casi percibo el sonido acompasado de una escoba en la calle empedrada y ardiente y las risas evanescentes de unas mujeres que hoy son tan solo un eco en fotos amarillentas.

Y aquí y ahora, dentro de mi mente, sigue altiva la alacena en la que mi abuela atesoraba sus mantecados y cierro los ojos y percibo aquel mágico y secreto aroma, con el que sus nietos anticipábamos las delicias de una merienda: Vasos Duralex, leche hervida con su telo y, con suerte, unos roscos. ¡Era tan poco y tanto nos solazaba!

Un reloj suena las horas. Mi abuelo baja las escaleras. Sombrero y chaleco negro. Su vozarrón le precede y estremece las paredes. Habla de cosas que no entiendo, pero amo su timbre de voz y su mirada azul y ciega. Y mi madre ¡tan joven, Dios mío!, lo mira y le sonríe y acaricia su mano. Y yo mojo feliz el rosco en la leche tibia y no necesito crecer más. Y el reloj marca las horas.

Fernando Navarro García.

1 comentario:

  1. Tarde para la fecha de tu escrito aunque aún a tiempo d disfrutar de su lectura. Felicidades y saludos de otro olula se fuera de su pueblo.

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